Sumario
-
A menudo sucede que eso que nos parecía que iba tan bien nos estaba conduciendo por derroteros que nos estaban alejando irremediablemente de nuestro ser más genuino.
-
Permanecer en el fracaso de manera pacífica tratando de abrir bien los ojos para descubrir todo lo que puede enseñarnos, puede ser un buen modo para comenzar a intuir los beneficios de eso que hemos percibido en un primer momento como el más rotundo descalabro.
-
La voz del corazón nos indica la dirección a seguir para que vayamos adentrándonos en el descubrimiento de la persona que realmente somos, para que nos encontremos con nosotros mismos.
-
El progresivo ensanchamiento de la propia conciencia que procura el ejercicio de la atención es una tarea que abarca toda la vida y que nos permite tomar la distancia saludable de lo que nos envuelve amenazando con engullirnos.
Sabemos que tomar conciencia de algo exige una cierta distancia que nos permita contemplar la realidad con un poco de perspectiva. Esta toma de conciencia tiene dos requisitos previos: una clara intención de hacernos conscientes unida a la decisión de parar por un momento, de sentarnos para poder ver con algo más de claridad.
Esa nitidez que adelgaza la gruesa piel desarrollada para sobrevivir en el día a día, viene de la mano de una disminución consciente de la velocidad con la que vivimos. Y la “frenada” es facilitada a menudo por la sensación de malestar que nos genera el ritmo frenético de la vida con su cortejo de sensaciones que van desde el aturdimiento hasta el miedo -ese motor oculto y potente que impulsa muchos de nuestros comportamientos o reacciones- pasando por la percepción difusa de andar perdidos, hambrientos o sedientos.
Sí, solamente si ralentizamos el ritmo acelerado que nos arrastra podemos disponernos a la escucha que puede descubrirnos allá, en las profundidades de nosotros mismos, un “alguien” que vive despierto y sin miedo; que sabe muy bien lo que quiere; que lejos de estar cansado se percibe lleno de energía y que conoce el “lugar” en el que calmar el hambre y la sed que siente.
Un encuentro en las profundidades del ser
No resulta extraño que el encuentro con ese “alguien” interior se dé como consecuencia de un contratiempo. A menudo, lo que catalogamos como fracasos son las causas de los éxitos más clamorosos, aquellos que nos procuran el acercamiento a la persona que verdaderamente somos y que, quizá con demasiada frecuencia, permanece discretamente oculta para la inmensa mayoría de nosotros.
Bajar el ritmo y los decibelios en los que habitualmente vivimos envueltos no siempre son opciones deliberadamente libres sino el resultado de unas circunstancias que nos obligan a parar y a hacer silencio; unas circunstancias que no hemos buscado sino que se nos imponen de un modo u otro. Aquí radica el éxito del fracaso: lo que nos fuerza a detenernos y nos obliga, aunque sea momentáneamente, a no hacer nada, es nuestro mejor aliado para el descubrimiento de lo que verdaderamente importa. Porque solo aminorando la marcha podemos disponernos para la escucha que nos ofrecerá las pautas para cambiar la orientación de nuestra vida y las claves para hacer las elecciones adecuadas. Y es que a menudo sucede que eso que nos parecía que iba tan bien nos estaba conduciendo por derroteros que nos estaban alejando irremediablemente de nuestro ser más genuino.
¿Cómo opera este cambio de signo en la percepción de lo que acontece en nuestra vida? ¿De qué manera lo que nos parecía ser algo tremendamente negativo adquiere para nosotros un valor positivo?
La atención como herramienta de la búsqueda de sentido
La transformación del signo de lo que se percibía como un fracaso se opera de manera lenta, paulatina, y no siempre se manifiesta de modo evidente. Permanecer en el fracaso de manera pacífica tratando de abrir bien los ojos para descubrir todo lo que puede enseñarnos, puede ser un buen modo para comenzar a intuir los beneficios de eso que hemos percibido en un primer momento como el más rotundo descalabro. El “lugar” del que procede esa valiosa información que nos facilita el conocimiento intuitivo está, paradójicamente, cerca y lejos a la vez: la fuente de la que brota se halla en lo más profundo de nosotros mismos pero para alcanzar esas profundidades hemos de emprender un viaje hacia el interior que exige dedicación y trabajo por nuestra parte.
Dicho viaje comienza precisamente, en la gran mayoría de las ocasiones, en lo que hemos dado en llamar fracaso. Y este inicio consiste en algo tan simple y, a la vez, tan difícil como permanecer en esa situación dispuestos a aprender lo que ha venido a enseñarnos en lugar de salir huyendo. Si elegimos aguardar en actitud de silencio y escucha, comenzaremos a experimentar un hallazgo que es encuentro con un “alguien” interior y desconocido para nosotros al que la actividad frenética y el ruido nos impedían acceder.
Puede que, en un primer momento, el encuentro con ese “alguien” nos lleve a exasperarnos o incomodarnos: sus sugerencias o demandas pueden parecernos absurdas o fuera de lugar. Por eso es necesario estar alerta para identificar el malestar, y aceptarlo. Sólo así nos dispondremos a descubrir lo que ha venido a traernos.
A poco que reflexionemos sobre experiencias previas, descubriremos que la natural reacción a lo que juzgamos absurdo o inconveniente es rechazar de plano eso que percibimos como tal. En efecto, solemos considerar que un modo válido de liberarnos de lo que registramos como un sinsentido molesto en el mejor de los casos, consiste en decir un “no” rotundo a eso que juzgamos ocurrencias inoportunas. Entramos así en lucha con eso que nos incomoda sin percatarnos de que esa actitud bélica y, por ello, violenta, hace más fuerte aún, más resistente, eso que pretendemos eliminar. La vida nos enseña que enfrentándonos a algo lo alimentamos y le damos poder sobre nosotros. Y repite esta lección una y otra vez hasta que conseguimos aprenderla.
Mientras la superficie permanece agitada por la resistencia, muchas veces inconsciente, que oponemos a lo que emerge del interior, en lo más profundo de nosotros mismos, una voz sutil nos anima a secundar eso que se nos pide y que nuestra mente trata de boicotear: es la voz del corazón que sabe cuál es la dirección a seguir para que vayamos adentrándonos en el descubrimiento de la persona que realmente somos, para que nos encontremos con nosotros mismos. Esta voz amiga no deja de pronunciar sus oráculos, expresión de la auténtica sabiduría, de la verdad que nos libera, nos sostiene y nos protege para que podamos seguir creciendo. Sus avisos son constantes; no se cansa de pronunciarlos, pero no los impone. Basta con silenciarnos y disponernos a la escucha para que su eco llegue a nosotros.
Independientemente de los juicios de valor, bien razonados y fundamentados, que surgen en los primeros compases de un encuentro aún incipiente -y, por eso, susceptible de ser abortado- con el “quién” que somos, esta situación se revela como una oportunidad inmejorable para ejercitar nuestra atención. Y esta atención es, sin duda, la llave que nos permitirá adentrarnos en el sentido profundo de lo que acontece en nuestro interior y en el entorno en el que vivimos; en ese sentido último que nuestro corazón anhela y busca.
Con demasiada frecuencia prestamos atención únicamente a lo de fuera o atendemos, de manera exclusiva, a las demandas que proceden del exterior. Reaccionamos de manera automática a los estímulos sin dejar margen a la libertad de elección del modo concreto en el que deseamos responder a esos requerimientos. El resultado es la sensación de vernos arrastrados por la vida como si de un torrente incontenible se tratara. ¿Por qué no atender también a lo de dentro? ¿Por qué no dirigir nuestra atención a los movimientos que se dan en el interior? Quizá, si comenzamos a hacerlo, descubriremos en ellos claves valiosas de interpretación de lo que sucede fuera que nos revelarán el sentido de cuya mano vendrá el progresivo conocimiento del yo esencial.
La vida entendida como juego creativo
Todo esto nos lleva a plantearnos la oportunidad -diría, incluso, la necesidad- de atender a eso que nos llega desde las profundidades del propio ser sin descartarlo a la primera de cambio. Porque algo nos dice que si no permitimos que nos frene esa apariencia de absurdo con la que percibimos unas demandas que se nos presentan como carentes de justificación y fundamento, y nos disponemos a escuchar esa voz interior sólo audible en la medida en que consentimos escucharla deliberadamente con una firme determinación, podemos empezar a descubrirnos como un alguien diferente a ese que vive arrastrado por la prisa y el activismo de la superficie.
El progresivo ensanchamiento de la propia conciencia que procura el ejercicio de la atención es una tarea que abarca toda la vida y que nos permite tomar la distancia saludable de lo que nos envuelve amenazando con engullirnos. Este alejamiento relativo de lo que acontece a nuestro alrededor y de los efectos que produce en nosotros nos regala una percepción nueva de la vida en la que todo se ordena adecuadamente: la distancia nos facilita el discernimiento que nos revela qué es esencial y qué accesorio. Y, sobre todo, nos descubre quiénes somos. Este es el punto de inflexión que nos permite vivir de manera creativa contribuyendo a la realización del propio ser real.
La creatividad de la que estamos hablando se manifiesta en el progresivo descubrimiento de la propia esencia -encuentro con uno mismo- y la realización de elecciones vitales que guarden una coherencia interna con la misma de modo que impulsen y sostengan el despliegue del yo esencial. De ahí que podamos decir que, en alguna medida, el “quién” real que somos es creado a medida que la persona va ejercitándose en el arte de elegir aquello que le permite desarrollar su esencia hasta alcanzar la plenitud que es felicidad.