Sumario
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Estamos llamados a adquirir esa perspectiva saludable que nos permite dejar de identificarnos con lo que no somos y abre la puerta al descubrimiento de la verdadera identidad.
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Todos anhelamos ser amados ya que el amor es esa fuerza que procura el propio desarrollo.
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Todo, absolutamente todo, está al servicio del hallazgo de la persona que somos desde siempre y para siempre y que comenzó a existir cuando entramos en la Historia.
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No hay que hacer nada; hay que guardar silencio y esperar pacientemente a que el tesoro que somos comience a enviar sus destellos desde el fondo de nuestro ser.
Una de las tareas más apasionantes de toda vida humana consiste en hacerse consciente de sí misma. Cada persona, al emplearse en este trabajo, enriquece su propia existencia y la de todo lo que es hasta límites insospechados.
Cuando logramos alcanzar una distancia prudente de lo que acontece a nuestro alrededor y nos pasa, adquirimos esa perspectiva saludable que nos permite dejar de identificarnos con lo que no somos y abre la puerta al descubrimiento de la verdadera identidad.
Este proceso progresivo de no identificación con lo que no somos pasa necesariamente por el reconocimiento de las propias necesidades y el modo en que procuramos su satisfacción.
Acerca de la necesidad de reconocimiento social
Sabemos que una de las necesidades más marcadas de la etapa infantil de todo ser humano es la relativa al reconocimiento social que precisa para crecer y desarrollarse. Puede que hayamos olvidado cómo experimentamos esta necesidad en nuestra niñez. Sin embargo, basta con prestar atención a los niños con los que nos encontramos de un modo u otro en nuestro día a día para recordar cómo vivimos esto en primera persona cuando éramos como ellos.
En efecto, en su total transparencia e ingenuidad, los niños nos recuerdan la necesidad casi compulsiva que teníamos de ser aceptados y confirmados en lo que comenzaban a ser manifestaciones balbucientes de nuestra personalidad. Esa aceptación y confirmación no son sino “formas” del amor. Porque, en definitiva, lo que todos anhelamos es ser amados ya que el amor es esa fuerza que procura el propio desarrollo, el despliegue de todas las capacidades que duermen pacíficamente en nuestro interior más profundo a la espera de ser despertadas por nuestra conciencia cuando esta comienza a hacerse cargo de ellas.
Nada mejor que la atención a lo que el niño nos plantea para hacerle ganar en confianza en sí mismo. Esta actitud de apertura atenta a lo que el niño presenta a nuestra consideración en busca de nuestra aprobación o confirmación está favoreciendo sutil pero eficazmente su desarrollo y, por tanto, su afirmación en ese quién que verdaderamente es. Al mismo tiempo, dicha actitud nos ayudará a recordar aspectos esenciales de nosotros mismos que, al ser acogidos de manera consciente, se convertirán en importantes guías para avanzar en el camino de la madurez.
Hace unos días escuché este comentario en boca de un niño de cinco años: “¡Qué contento estoy de ser Antonio!”. Me impresionaron la fuerza y la seguridad que tanto su voz como su gesto transmitían al pronunciar estas palabras y no pude dejar de sonreír al comprobar que ese niño estaba creciendo muy bien, de manera saludable, sin duda gracias a un entorno favorable a dicho crecimiento. Pero no siempre ni en todas circunstancias el viento sopla a nuestro favor…
El papel de las dificultades en el propio desarrollo
Si bien es cierto que la incomprensión del entorno puede presentar una dificultad considerable al desarrollo de la propia personalidad, también puede suceder que el sentirnos incomprendidos nos lleve a la afirmación de quien verdaderamente somos. Y es que, cuando ya quedaron atrás los primeros compases de nuestra vida, la falta de aceptación o confirmación por parte de quienes nos rodean, la resistencia a lo que emerge como un reflejo del propio ser, puede erigirse en la mejor ayuda para confirmarnos en ese quién que somos en realidad.
Hagamos un poco de memoria… Si echamos la mirada atrás, podemos descubrir el peso abrumador que esa falta de comprensión por parte de quienes acompañaron nuestros primeros años quizá nos llevará a optar por caminos que nos alejaron de esa persona que verdaderamente somos y que trataba de abrirse camino para desplegar todo su potencial.
¿Dónde situar entonces el beneficio que atribuyo a la falta de apoyo por parte de aquellos de quienes esperábamos el apoyo incondicional para el propio crecimiento? Algo en mi interior me hace intuir como verdad que la desaprobación o la incomprensión por parte de los otros que nos llevaron por derroteros alejados de nuestro ser real nos puede resultar hoy de gran ayuda para retomar el camino que nos aproxima y adentra en el quién esencial que somos.
La vida como aprendizaje
El descubrimiento de aquella persona que soy también se opera por vía negativa. Es decir, voy aproximándome a mi verdadera identidad en la medida en que permanezco en actitud receptiva a lo que la vida me va mostrando de mí mismo y me revela, sin ahorrarme el dolor de estos descubrimientos, toda una serie de “cosas” que no van conmigo. Esto sería algo así como ir descubriendo mi propia identidad por descarte. Considero que para regresar hay que alejarse. Y este camino de ida -alejamiento del propio ser- contiene las claves que nos permitirán regresar a nosotros mismos enriquecidos con el importante bagaje del que habremos hecho acopio mientras transcurría el viaje por el sendero en el cual nos pusieron las elecciones aparentemente desacertadas que hicimos.
Ningún peregrinaje es tiempo perdido; ninguna opción, por desacertada que nos parezca en un primer momento, nos llevó tan lejos de nosotros mismos como quizá pensamos. Todo el recorrido transitado, cada palmo de camino, guardaba una enseñanza vital en orden al desvelamiento del ser esencial que somos. Todo, absolutamente todo, está al servicio del hallazgo de la persona que somos desde siempre y para siempre y que comenzó a existir cuando entramos en la Historia.
Las elecciones realizadas nos sirvieron para encontrarnos donde hoy nos encontramos: no podríamos estar aquí sin ese recorrido previo. Y el hecho de estar aquí, de tomar conciencia de nuestro presente, implica la actualización de todo lo que aprendimos hasta llegar al punto en el que ahora nos hallamos.
Descubriendo el tesoro que somos
Los parajes que hemos transitado; los encuentros y desencuentros que hemos vivido, han dejado su huella en nosotros convirtiéndose en una suerte de recuerdos que hemos ido guardando en nuestra maleta a medida que avanzaba el viaje. Pero esos recuerdos esperan pacientemente a ser descubiertos y desempolvados para hablarnos de nosotros mismos.
Si nos atrevemos a hacer un alto en el camino; si elegimos libremente quedarnos a solas con nosotros mismos y adentrarnos en el territorio virgen del silencio, todo eso que la vida nos ha dejado a su paso nos irá descubriendo quiénes somos en realidad. Porque todo lo que portamos en nuestra maleta está deseando enseñarnos algo de nosotros mismos. Para que empiece a cumplir su misión basta con el empeño decidido y valiente de tomar conciencia de ello.
Llegados a este punto parece inevitable formularnos la pregunta: ¿cómo hacer esto? La respuesta a esta cuestión es tan sencilla como desconcertante: no hay que hacer nada; hay que guardar silencio y esperar pacientemente a que el tesoro que somos comience a enviar sus destellos desde el fondo de nuestro ser. Él guarda todas las preguntas y todas las respuestas. Aunque puede suceder que cuando comencemos a intuirlo esas preguntas y esas respuestas pierdan todo su interés para nosotros. Porque, ¿quién sabe? Quizá los destellos del tesoro que somos nos descubran que para saber todo es suficiente con aprender a estar atenta y amorosamente presentes para intuir la inmensa riqueza que vive en nuestro interior más profundo.